La automatización del trabajo ya está en marcha, pero, en vez de generar desempleo, puede ser aprovechada para mejorar las capacidades de un “yo digital”. Es decir, ayudar a trabajadores, profesionales, etc., a que generen valor para las organizaciones.

Cuando una empresa se enfrenta al desafío entre privilegiar la inteligencia artificial o las capacidades de una persona, parece lógico y menos costoso diseñar algoritmos antes que estar constantemente entrenando a un individuo inteligente para que cumpla con los estándares del trabajo. Por ejemplo, en el caso de Chile, el potencial de automatización del trabajo es de 48,9%, de acuerdo con un estudio reciente de Mckinsey Global Institute, detallado en Harvard Business Review. Y el banco de inversión Goldman Sachs ha automatizado la mitad de los pasos que conforman las aperturas a bolsa que realiza, de acuerdo con Bloomberg.

Pero la automatización del trabajo también representa el desafío de aumentar el aporte de los empleados. JPMorgan estima que su “plantilla crecerá pese a automatización”. Por otra parte, Jesús Mantas, director general de Transformación Cognitiva de IBM, afirmó a MIT Technology Review que Watson, el sistema de inteligencia artificial creado por el gigante tecnológico, puede ayudar a los médicos a “a ser los Messi o Ronaldo” de su profesión.

La pregunta ante a este escenario es: ¿cuál es el enfoque que se debe adoptar para el futuro en cuanto a la productividad de la persona? De acuerdo con un artículo de Michael Schrage, quien escribe en la revista MIT Sloan Management Review, se puede apostar por un encuadre más influenciado por las percepciones de la economía conductual que la innovación algorítmica, la cual se basa principalmente en una revolución para los paradigmas digitales basados en datos.

Esta perspectiva sugerida por el académico supone que la tecnología digital sea capaz de conducir a una mayor autoconciencia y autoevaluación acerca de cómo contribuyen los empleados al valor de la empresa.

Ya que nos encontramos en un momento histórico en que el éxito se mide, en cierta parte, por el manejo de la tecnología, la efectividad y productividad inmediata, los innovadores digitales han comenzado a centrarse en automatizar los trabajos de las personas o darles herramientas inteligentes para que los ayuden.

El dilema finalmente es, frente a las facilidades que surgen de las aplicaciones y los bots -como se conoce popularmente a “una aplicación que ejecuta una tarea automatizada”-, ¿cuál es la mejor inversión de capital humano? ¿Que la misma persona esté rodeada de tecnologías nuevas y mejores bots, o que se capacite al individuo para crear una mejor versión de sí mismo?

El proceso es más sencillo de lo que parece, según Schrage. Básicamente, tiene que ver con reconocer las fortalezas y los atributos a levantar, a la vez que se deben mirar las debilidades y aspectos que se quieren mejorar en la organización y las responsabilidades. Es decir, usar la tecnología para crear un “yo mejor”, más que construir un “mejor agente”.

Lo importante aquí es darse cuenta de que la tecnología no es necesariamente el enemigo. La optimización de las capacidades de un “yo digital” es, por lo tanto, una oportunidad para empoderar, y no reemplazar, al ser humano.

Garry Kasparov, el maestro ruso de ajedrez que en 1997 fue derrotado por la supercomputadora Deep Blue -también de IBM– ha hecho el siguiente llamado durante un charla TED:

“No temas a las máquinas inteligentes, trabaja con ellas”.